Durante buena parte de mi vida esta palabra, rozo, era para mi un lugar bien concreto. Era el rozo del abuelo José, en el Chorrón. Rozo era un nombre propio, el Rozo
Después he aprendido que rozar es convertir una tierra baldía en cultivable. Lo había estudiado en la teoría de la Geografía que aprendí en la carrera. Al llegar a Galicia en 1986 descubrí que en la agricultura tradicional galega "rozábase o monte". Y desde esta esquina noroccidental "regresé" a casa para descubrir que el rozo del abuelo al que íbamos las mañanas de verano a coger pepinillos, era un terreno ganado, en esta caso al río, a río Leza como decimos nosotros.
Intento imaginar el tremendo trabajo, la gente y las horas que supondría canalizar el río y proteger el nuevo espacio rozado para que no pudiera ser "re-ocupado" por el río Leza. Quitar cascajo, riejas y cantos de todos los tamaños. Descubrir la tierra-arena donde se cultivaría. Imagino este tremendo trabajo pero también la recompensa que sería para una familia modesta, como la de mi humilde abuelo cabrero, el tener su propia huerta. Cuántas veces he escuchado a mi madre que José, el cabrero, no les permitía ni coger un higo en la higueras del camino ( tan a mano y tan apetecibles cuando pasabas montado en el macho o el burro camino del rozo)...ni se permitía nunca quedarse con nada de la leche de las cabras que él llevaba.
Ironías... cuando comprendí y pude valorar todo esto, el rozo ya no existía. El Leza había nuevamente ejercicio su derecho de propiedad. Sucesivas riadas fueron haciendo desaparecer el rozo. También me enteré de que mi abuelo había legalizado su propiedad ("puesto a su cabeza" como se dice por la Rioja).Por eso varios años después de que el río lo llevara siguieron llegando recibos de la contribución y hubo que hacer ardúas gestiones para anularlos.
R.A.E.